Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amen Filipenses 3:20-21

EL CRISTIANO Y LA IGLESIA

Dos significados especiales se dan en la Santa Biblia a la palabra Iglesia. Uno es el del cuerpo místico de Cristo, formado de todos los cristianos, que han nacido espiritualmente de nuevo, y que proceden de toda tribu, lengua, pueblo y nación.

 El otro es para describir el grupo local de los creyentes. Nadie se ha jamás salvado por el hecho de haber unido a una iglesia local. La iglesia no salva ni puede salarnos, pero si somos nacidos espiritualmente por gracia, necesitamos la hermandad y comunión, que sólo hallaremos en una iglesia, en donde se enseña y predica la Palabra de Dios. En ella se nos exhorta no descuidemos las asambleas de los creyentes (Hebreos 10:25). No es el agua del bautismo, sino la sangre de Jesucristo, la que nos limpia de todo pecado, pero si somos salvos, no descuidaremos obedecer al Señor, siendo bautizados con agua. En los Hechos de los Apóstoles notamos que los cristianos primitivos creían en el Señor y se bautizaban. El bautismo es una expresión exterior y pública de nuestra fe interior. La Cena del Señor es otra ordenanza cristiana, que Jesús nos pidió observáramos. Jesús dijo: “haced esto….en memoria de Mí.” (1 de Corintios 11:25). Cuando observamos la Santa Cena, “la muerte del Señor anunciáis hasta que venga.” (1 de Corintios 11:26). Así aprendemos a adorarle en espíritu y en verdad. Hay muchas maneras cómo podemos expresar a nuestro Señor nuestro amor. Lo haremos primeramente, dándole nuestras personas a El (2 de Corintios 8:5). Si pertenecemos al Señor, todo lo que tenemos es suyo. Algunos enseñan y practican el diezmo como obligación, pero el que ama se complace en dar. Dios nos amó y dio a su Hijo (Juan 3:16). Igualmente, si amamos a Dios, nos complacerá darle a El o a su obra. Debemos honrar a Dios con nuestra substancia y las primicias de nuestras ganancias. (Proverbios 3:9). Debemos además poner algo en resguardo cuando Dios nos ha prosperado (1 de Corintios 16:2). “El que siembra escasamente, también segará escasamente y el que siembra en bendiciones, en bendiciones también segará.” “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza o por necesidad; porque Dios ama al dador alegre.” (2 de Corintios 9:6 y 7; Proverbios 11:24; Lucas 6:38).

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